dimanche 28 septembre 2008

Sèvres-Babylone y la lluvia.

Salía del cine y elegí mojarme, como quien elige la bebida o como si realmente uno pudiera elegir mojarse o no y la lluvia no fuera eso parecido al amor. En las grandes ciudades la garúa parece precipitar a la gente y a sus bocinas sin más posibilidad que izquierda o derecha, mientras, yo me tomaba mi tiempo para caminar exactamente bajo la lluvia y disfrutar del cosquilleo de las gotas que caian transpasando la ropa. Despues de tres cuadras la lluvia fina se hizo diluvio, lento y pesado, extremo, ahuyentador de caminantes en una ciudad de árboles y escondites, de edificios que albergan más historias que pisos. Había un presagio en ese mecer de la lluvia, algo que te anticipaba a vos antes que a todas las cosas que habrian de ocurrir ese día, el blanco y negro del cielo, el rio boca abajo por el asfalto o mi sonrisa. Crucé esa gran avenida y ya descalza decidí sentarme bajo el primer techo de la vereda sólo para observar, el calor se sentía ligero y el agua inmanejablemente dulce, claro que era jueves. No me hizo falta levantar la mirada para reconocerte ahí, bajo ese metro de techo virgen de gotas, rodeado de un halo blanco. Realmente estabas ahí. Sonriendome y mirandome desde abajo me ofreciste un mate privilegiando el goteo de mi ropa. Nunca supe que hacias ahí, supongo que te lo pregunté pero era tal mi asombro que no recuerdo siquiera haberte dejado de mirar en algun momento, qué hacias en esta ciudad, en esa esquina desierta, con toda tu tranquilidad y barba al observar, tus rodillas y tus pies bajo ese techo, tus ojos que se morían por salir. Tenías el libro entre tus manos, yo volvía de ver una de tus películas japonesas, anonadada y encima esas palabras, ésas y la lluvia, todo elegía hacer al color y a la nueva definición de las casualidades y destinos, a ese nombre plural al pensar en vos y en mi. Todavía no lo puedo explicar, el cielo, esa cúpula en la que entré al sentarme al lado tuyo, dentro del libro, tu color de pelo, la ropa mojada, la árboles más verdes, las calles nuestro rio, de repente retomaste tu lectura solo que esta vez ante mí ... Y ella salió de la librería (recién ahora me doy cuenta de que era como una metáfora, ella saliendo nada menos que de una librería) y cambiamos dos palabras y nos fuimos a tomar una copa de pelure d'oignon a un café de Sèvres-Babylone (hablando de metáforas, yo delicada porcelana recién desembarcada, HANDLE WITH CARE, y ella Babilonia, raíz de tiempo, cosa anterior, primeval being, terror y delicia de los comienzos, romanticismo de Atala pero con un tigre auténtico esperando detrás del árbol). Y así Sèvres se fue con Babylone a tomar un vaso de pelure d'oignon, nos mirábamos y yo creo que ya empezábamos a deseamos (pero eso fue más tarde, en la rue Réaumur) y sobrevino un diálogo memorable, absolutamente recubierto de malentendidos, de desajustes que se resolvían en vagos silencios, hasta que las manos empezaron a tallar, era dulce acariciarse las manos mirándose y sonriendo, encendíamos los Gauloises el uno en el pucho del otro, nos frotábamos con los ojos, estábamos tan de acuerdo en todo que era una vergüenza, París danzaba afuera esperándonos, apenas habíamos desembarcado, apenas vivíamos, todo estaba ahí sin nombre y sin historia (sobre todo para Babylone, y el pobre Sèvres hacía un enorme esfuerzo, fascinado por esa manera Babylone de mirar lo gótico sin ponerle etiquetas, de andar por las orillas del río sin ver remontar los drakens normandos). Al despedirnos éramos como dos chicos que se han hecho estrepitosamente amigos en una fiesta de cumpleaños y se siguen mirando mientras los padres los tiran de la mano y los arrastran, y es un dolor dulce y una esperanza, y se sabe que uno se llama Tony y la otra Lulú, y basta para que el corazón sea como una frutilla, y...
Y sí, no se puede elegir el porvenir de la lluvia.

1 commentaire:

Anonyme a dit…

despedirnos éramos como dos chicos que se han hecho estrepitosamente amigos en una fiesta de cumpleaños