mardi 8 juillet 2008

Intento de Retiro Espiritual


El sábado a la noche decidí volverme a mi casa sólo para ver películas, como consecuencia me enamoré de Cate Blanchett que hacía de Bob Dylan, y reafirmé mi vuelta al cigarrillo. Domingo a la mañana, a la hora en la que usualmente un adolescente no justamente se levantaría decidí armar un bolso con cuatro libros, un cuaderno -que había intentado usar durante un tiempo- dos lapiceras negras, un cepillo de dientes, música y un pijama, y me fui a instalar sola en la tranquilidad de una casa de pueblo fantasma como en el que vive mi abuelo.
Elegí pasar mis tardes en el mirador del lago, lugar en el que una vez arriba me descalzaba, ponía mis auriculares y me acostaba sobre mi campera. El ritual duraba aproximadamente cuatro horas, hasta que la temperatura bajaba y el viento subía.
Una vez que volvía a la casa, recordándome lo gracioso del saludo plueberino, me tomaba un café mientras abria otro libro. Pensé también cuan personales son los libros, y cuánto entrega uno al prestarlos o regalarlos, despues de que el dueño los ha leído como por lo menos yo lo hago, dejando mis marcas, entiéndase anotaciones, por todos sus márgenes.
Antes de cenar, baños largos y un intento de siesta en el sillón tan viejo como verde, una vez lista la comida, particularmente rica por jugar a ser nieta única, compartí copas de vino y charlas con mi abuelo, que por más viejo gruñón y cascarrabias que pueda ser aún dice cosas sabias, y me recordó cuanto había olvidado tener un abuelo.
El agua, mirada desde arriba, parecía infinita, el limite en el paisaje entre las montañas y el cielo era blanco, y el reflejo del sol, cuánto más subía se hacía cada vez más cálido.
Ya en la cama, acolchonadamente blando como un cuerpo –o no- abrí Memorias de Adriano donde decía “… ordené con mis manos las almohadas revueltas, las mantas en desorden, evidencias casi obscenas de nuestros encuentros con la nada, prueba de que cada noche dejamos de ser…”. Ajá, interesante.
Otra nota aun mejor;
“… si cada parcela de un cuerpo se llena para nosotros de tantas significaciones trastornadoras como los rasgos de un rostro; si un solo ser, en vez de inspirarnos irritación, placer o hastío, nos hostiga como una música y nos atormenta como un problema; si pasa de la periferia de nuestro universo a su centro, llegando a sernos más indispensable que nuestro propio ser, entonces tiene lugar el asombroso prodigio en el que veo, más que un simple juego de la carne, una invasión de la carne por el espíritu.”
Al volver, le enseñé a mi abuelo el lugar preferido en el mundo de mi mamá, vi el amanecer con la niebla sobre el agua, las montañas con el reflejo del sol rosado, y sentí algo en mi que se agrandaba de a poco.
No creo que hagan falta ya tantas palabras para describir algo tan simple como lo que siento.


Escribiendo al son de estas calles de tierra en silencio, desde mis puertas sin llaves, sin ataduras ni corpiños, tan terrestre como etérea, desde acá arriba me asombra la costumbre de saberte del otro lado de esta agua que me rodea. “Tan total fue el eclipse”.

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