dimanche 15 juin 2008

Exteriorización de la pena

Entra por los ojos de algún órgano sensorial, y su encuentro con el pensamiento es como un choque contra el vidrio. El dolor.
El primer efecto se ve en las manos o en la desorientación de las piernas.
Descenso de la temperatura, temblor del suelo,
impulso centrífugo del cuerpo el de envolverse en sus propios brazos,
la demora de razonamiento, el tiempo que se derrumba ante los ojos, un cancer doliente se concentra en el estómago,
cualquier intento de razonamiento se convierte en ejércitos de puntadas.
Olvido de las palabras, desvanecimiento de las vertebras que sostienen.
Asco, nauseas,
en la humedad de los ojos, en la tensión de los brazos, en los sueños no dormidos, en la ausencia que no es ausencia sino presencia de tu nombre.
En cada respiración agitada causada por el dolor comienza, silenciosamente, el proceso de expurgación de este óvulo de pesares, dolor que ya no es sino vergüenza hacia la fragilidad del cuerpo ante la llegada de la noche ausente,
lástima hacia esos besos vacios con sus oscuras palabras enfermizas.
Imposible distinguir ya entre el cuerpo y el alma, consecuencia del poder homogeneizado del dolor.
El nudo de lágrimas guardadas que habita en la garganta, el frio del cuerpo, el enojo instantáneo del orgullo perdido por confiar demasiado en el perfume barato de palabras pintadas de rosa.
Silencio, dícese del lugar óptimo donde guardar eso que solo el cuerpo puede gritar; arrepentimiento, enojo, lástima, tristeza. Cuando uno ha comprendido entonces que el silencio basta para olvidar y seguir adelante, evitando la gestación de eso que arde hasta en las rodillas, es ahí cuando la pena se vera expurgada.

(Escritura; espacio donde quedan eternizados presentes efímeros, pero sentimientos que fueron presentes al fin, y sin darme cuenta encuentro que la escritura no es más que eso, la exteriorización de un sentimiento punzante)

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