mercredi 26 novembre 2008



Se estaban como alcanzando desde otra parte, con otra parte de sí mismos, y no era de ellos que se trataba, como si estuvieran pagando o cobrando algo por nosotros, como si fueran los golems de un encuentro imposible entre sus dueños. Y los Campos Flegreos, y lo que Horacio había murmurado sobre el descenso, una insensatez tan absoluta que Manú y todo lo que era Manú y estaba en el nivel de Manú no podía participar de la ceremonia, porque lo que empezaba ahí era como la caricia a la paloma, como la idea de levantarse para hacerle una limonada a un guardián, como doblar una pierna y empujar un tejo de la primera a la segunda casilla, de la segunda a la tercera. De alguna manera habian ingresado en otra cosa, en ese algo donde se podía estar de gris y ser de rosa, donde se podía haber muerto ahogada en un río (y eso ya no lo estaba pensando ella) y asomar en una noche de Buenos Aires para repetir en la rayuela la imagen misma de lo que acaban de alcanzar, la última casilla, el centro del mandala, el Ygdrassil vertiginoso por donde se salía a una playa abierta, a una extensión sin límites, al mundo debajo de los párpados que los ojos vueltos hacia adentro reconocían y acataban.

mardi 11 novembre 2008


Infinitos decires apenas necesarios.



vendredi 7 novembre 2008

Ejercicio

Teniamos que encontrar nuestro propio punto de equilibrio para así poder mantenernos ante el cuerpo del otro, parados.
La palma de mi mano abarcaba el ancho de tu nuca. Mi poca altura, el largo de tu torso. Tu brazo derecho bajó hasta cercar mi cintura y tu otra mano calmaba el vacilar de mis hombros. Apoyaste tu mejilla sobre mi cuello intentando contagiarme tu respiración, llegué a sentir la humedad de tu cuerpo y con mis dedos atravesé el escarpado de tus hombros por completo.
Uno de nosotros debía de levantar una de sus piernas cuando lo sintiese, atravesando con el interior de ésta parte del diametro de la cadera opuesta, haciendo así que el otro tuviese que sostener esta pierna izada con su brazo.
De vuelta esa falta de equilibrio, nunca pude mantenerlo mientras debía de hacerlo, por eso mi mano en tu cuello, pero ahí estabas vos, eriguiendo mi espalda, haciendomé sentir más alta de lo que soy, sosteniendome por completa como si me elevaras desde tu altura, abarcando mis espacios vacios, construyendo mis piernas alrededor de tu cuerpo, y recién cuando me daba cuenta de tu solidez, de la fortaleza de la que me convidabas, de esa convivencia corporal que se volvió nuestro nicho, es ahí cuando recobraba el ritmo adecuado de la respiración y mi centro, mi centro pegado al tuyo, envolviendose hasta la complementación.
Lo raro es que habiendo conseguido el equilibro sobre esa única pierna en el suelo, sentía necesitarte más que antes, esa manía de hacer mías partes de tu cuerpo.