samedi 31 mai 2008

Una lluvia irlandesa

(...) Delante de mí, pequeñas gotas quedaban aferradas al cristal del ventanal de aquel bar, desde donde contemplaba todo un mundo hecho de blancos negros y grises. Sí, así debía llover en Dublín. Afuera llovía y dentro estaba ocupada en hacer lo que más me gustaba, mirar sin ser vista. Puede parecer fácil, pero no lo es, no lo es. Para hacerlo, hace falta tener una cualidad especial que muy poca gente tiene: ser del todo insustancial, una absoluta falta de sustancia. Yo la tenía. Eso me permitía ocuparme en mirar sin ser vista. Como el fotógrafo, captaba en la fugacidad del momento, el encuentro con unos personajes, un momento único, singular e irrepetible. No bien la escena se había formado, se deshacía para componer otra. Pero de aquel fugaz encuentro yo tenía el privilegio de ser un testigo único. Y entonces pensaba un deseo: que aquella gente fuera como yo la imaginaba. Aquella tarde una lluvia irlandesa lo difuminaba todo. Aquel día, yo había perdido la perspectiva y el mundo se presentaba deformado, como si lo mirara con los ojos llenos de lágrimas. Era aquella lluvia irlandesa. Aquel día pensaba que si yo estuviera en Dublín, vería llover así, justamente así.

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Sábado, sábado de semanas domingos y reminisencias.

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